
Unión monetaria: sólo así es posible entender el bonito embrollo en el que nos hallamos. Una “unión monetaria”: nada más. El libre tránsito de personas sigue siendo lo que cada país decida: incluidos cándidos “papeles para todos”, peligrosos por su más que necesaria regularización.
Es el empezar la novela por el final: la carreta delante de un burro que no sabe qué hacer cuando lo que esperaba era comida.
Toda la tradición contractualista europea, se mandó al carajo en un alarde de chovinismo muy nuestro, muy “uropeo”.
La fundación de una constitución, garante de una nación o federación de estados, en todo caso un “ente constituyente”, fue dejado para después de fabricado dicho papelucho que pretendía dar patente de corso a la nueva “unión monetaria”. Lección no aprendida: suben los precios de productos básicos hasta seis veces en diez años y los salarios en Groenlandia dentro de un iglú.
¿Cómo fundar un “ente consitutivo” a priori de dicha no consensuada Constitución, si se quiere hacer entrar en la juerguita a países como Turquía que cuenta (como recordaba en una televisiva entrevista el filósofo francés Bernard-Henri Lèvy) en su haber como best-seller nacional el “Mein Kampf” de un tal Adolfo, amén de una población de más de 100 millones de habitantes y gravísimos problemas internos y exógenos?
El aborto de constitución quedó en éso, papel mojado: el primer billete de 20 euros que conseguí sacar de un cajero aquél frío 1 de enero, tal vez, también.
Al menos en su traslación a pesetas.
Y Europa sigue su camino hacia la utopía (u-topos: el "no lugar" heleno).