
Cada vez quisiera uno más, formar parte –imposible como protagonista- de un cuadro de Monet. Era 1873 y su cuadro “Impression: soleil levant” crea la necesaria crítica para dar nombre al incipiente movimiento: El Impresionismo. Imitando (siempre la mímesis como necesaria herramienta en el Arte) la atmósfera captada en los “Nocturnos” de Whistler, “vistas similarmente sugerentes del Támesis envuelto en la niebla” como apunta certeramente Belinda Thomson, así es reflejada la atmósfera de El Havre, a orillas de un interminable Sena. Y ahí es donde uno, hoy, quisiera confundirse. Ser parte de las sombras que la tenue luz sugiere (la luz: elemento primordial del Impresionismo) del “sol naciente” de un puerto, en que en una barcaza que viaja a ninguna parte, entre penumbras, pero viendo nítidamente el reflejo del rojizo sol en el agua mientras se rema, me haga formar parte del paisaje artísticamente expresado. ¿Qué importa la maraña de estructuras al fondo? Son sombras de la realidad que siempre, una vez ya ha amanecido, nos retrotraen a la ingrata realidad: la actualidad en mi caso. Sigan pues en las sombras que la neblina, típica, que en la segunda mitad del siglo XIX Monet tan bien reflejara, para pasar a telón de fondo. Envolvente neblina: como envolvente me parecieron sus innumerables nenúfares, en la exposición del renovado museo parisino de L’Orangerie: las cóncavas paredes, ilustradas por no menos cóncavos y eternos retratos, así lo hacían, envolvente. Sea yo, pues, uno más en el cuadro, protagonista de nada: quedando sólo al fondo una tenue “actualidad” que atrás dejo, entre nieblas (tinieblas a veces), donde nada se distingue nítidamente. Sigo remando.
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