
Para aquellos que conserven un mínimo de dignidad compuesta de ciudadanía (a su vez compuesta de derechos y deberes: anverso y reverso de la misma moneda, que nadie hable, pues, de “derechos” sin olvidarse de sus “reversos”, máxime si son derechos colectivos y no individuales), para esos individuos, estos son, indudablemente, días difíciles. ¿Aguantaron dignamente los televisivos debates? La imagen no siempre dice verdad: el viejo Platón lo sabía.
Admiro a quien conmigo no esté de acuerdo: al idealista, a quien cree en utópicos escenarios y a quien, aun en el supuesto de partir de mis mismos materialistas cimientos, su pensamiento le lleve por caminos alejados de los míos. Los admiro sinceramente: me gustaría ser aquel idealista que fui. Indudablemente, lo fui. Me gustaría ser aquel patético-platónico-marxista-leninista-nacionalista (conceptos extremadamente antitéticos salvo uno: adivínenlo) que fui.
Pero ya no está aquí: ya no soy aquél.
Creo en individuos, en personas. Las colectividades producen en mí un estado incómodo y enojoso: Freud y Jung estudiaron muy bien –al igual que Ortega- cómo, de qué forma y hasta dónde es capaz de llegar el temible e irracional “hombre-masa” henchido de sentimentalismo. Este siniestro método, cómo no, siempre se ve incitado por la omnipresente retórica: la apelación a los sentimientos une mucho. Odiar, por ejemplo, concita más opiniones en principio dispares que los acuerdos que se consigan en cualquier curso de verano o cátedra: odiar a quien como nosotros no es, une. No seamos hipócritas con nosotros mismos ni con los demás. Digámoslo: es el principio del remedio.
Así, haciendo una “sana” utilización del electrodoméstico llamado “televisión” , he podido escurrirme cual anguila tanto de debates, como de telediarios siempre partidarios –partidistas- de cualquier cadena de adoctrinamiento.
Sean bienvenidos a este jardín-huerta (estoy de lo más productivo desde que volví a trabajar) lleno de dudas: hagan lo mismo que éste su compañero de jardín y pongan en duda sus certezas.
Yo - pongo la mano en el fuego- lo hago todos los días: odio “la” política –concepto genérico- y sólo puedo respetar a algunos políticos, independientemente de su ideología (váyanse al carajo los políticamente correctos: también hay gente decente en la denominada derecha, sea ésta nacionalista, regionalista o estatalista).
Pero a mí me gustaría ser aquel chaval inconsciente que escuchaba a los Pistols la canción “Did You No Wrong”: fresca música, resuelta, 19 primaveras te dan la impresión de ser inmortal y estar más en forma para todo que nunca y que nadie puede contigo. Anárquico e idílico modo de verlo todo que echo de menos: para no volver a él. La vida es una paradoja: quien de ello no se dé cuenta, está enfermo.
Ya no soy , pues, aquél. Hoy, al ir a trabajar a primerísima hora, una pareja de tierna edad y con un “mareo” importante (“Qué mal egtoy guapa”; “Pues anda que io, chaval”, balbuceaban mientras hacían eses y me preguntaban por la calle Zapatería), se cruzaba en mi vida a la mañana yendo al trabajo: ellos eran yo hace muchos años. Un paseo al tajo o a ningún sitio: éso y no otra cosa, es la vida. Un paseo.
Pero pequeñísimos e íntimos momentos como éste, me llevan, escuchando la música que me acompañara en mi adolescencia y larga post-adolescencia (así como unas tranquilas cervezas en mi hogar, al lado siempre de mis libros) a pensar que aquel chaval sigue aquí, a mi lado…en estos difíciles días.
“Conviene decir de qué modo se preservará mejor el fin de la naturaleza y cómo nadie, en un principio, accede espontáneamente a los cargos públicos”
(Epicuro dixit, reflexión que me ha hecho más llevaderos estos electorales días).
P.S.: Sirva como reconocimiento a quien como yo no piense lo que sigue: no hay democracia sin partidos políticos, lo reconozco. Pero tampoco sin racional crítica a éstos y sus componentes. Ahora bien: sólo en la elección está la libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario