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jueves, 8 de mayo de 2008

Diez europeos años


Unión monetaria: sólo así es posible entender el bonito embrollo en el que nos hallamos. Una “unión monetaria”: nada más. El libre tránsito de personas sigue siendo lo que cada país decida: incluidos cándidos “papeles para todos”, peligrosos por su más que necesaria regularización.

Es el empezar la novela por el final: la carreta delante de un burro que no sabe qué hacer cuando lo que esperaba era comida.

Toda la tradición contractualista europea, se mandó al carajo en un alarde de chovinismo muy nuestro, muy “uropeo”.

La fundación de una constitución, garante de una nación o federación de estados, en todo caso un “ente constituyente”, fue dejado para después de fabricado dicho papelucho que pretendía dar patente de corso a la nueva “unión monetaria”. Lección no aprendida: suben los precios de productos básicos hasta seis veces en diez años y los salarios en Groenlandia dentro de un iglú.

¿Cómo fundar un “ente consitutivo” a priori de dicha no consensuada Constitución, si se quiere hacer entrar en la juerguita a países como Turquía que cuenta (como recordaba en una televisiva entrevista el filósofo francés Bernard-Henri Lèvy) en su haber como best-seller nacional el “Mein Kampf” de un tal Adolfo, amén de una población de más de 100 millones de habitantes y gravísimos problemas internos y exógenos?

El aborto de constitución quedó en éso, papel mojado: el primer billete de 20 euros que conseguí sacar de un cajero aquél frío 1 de enero, tal vez, también.

Al menos en su traslación a pesetas.

Y Europa sigue su camino hacia la utopía (u-topos: el "no lugar" heleno).

jueves, 1 de mayo de 2008

Desgraciadamente humanos.


Y lo olvidamos: está en nuestra condición. La misma que tanto han explotado, y explotan, las diversas cosmovisiones que convenimos en llamar “religiones”. La condición humana – título de tantos venerables libros como el de Hannah Arendt- es cruelmente contradictoria.

Freud supo teorizar los comienzos de tamaña sospecha: nos engañamos las más de las veces; nos controlamos, también. La ética, humana creación, es la disciplina a la que nos agarramos para no ser lo que no queremos: un monstruo.

El monstruo que todos llevamos dentro (Freud llegó a la conclusión de que todos somos descendientes de caníbales) se llama, hoy, en la prensa mundial: Fritzl, en Austria. Pero los ha habido de todos los colores y lugares: Stalin, Pol Pot, Hitler, Mussolini, Franco, y tantos otros con la excusa de diversas religiones políticas. ¿Hay que recordar a Paul Schaefer, aliado de Pinochet, pedófilo y nazi entre otras lindezas, arrestado allá por el 2005 en Argentina?

Está en nosotros: la decisión. Única responsabilidad: la nuestra. Justicia: no deja de ser otra convención nuestra institucionalizada que, en quien ella trabaja, bien sabe, o cree, qué es la injusticia. No pocas veces hija ésta de la primera, todo hay que decirlo.

Está en nosotros, pues: la elección. Ser libres es elegir: también elegir no ser unos monstruos es algo muy nuestro. Matar, violar, forzar, secuestrar, torturar, exterminar y todos los peyorativos verbos que se les puedan ocurrir, son, han sido y me temo, serán, teorizados e incluso justificados por el único animal que puede hacerlo: el humano.

Fritzl es humano: y ello nos avergüenza. ¡Cómo no! Pero ello no debe hacernos caer del guindo que tan laboriosamente nos hemos fabricado: es humano aunque sea un monstruo. Nos guste o no. No son pocos los “humanos” que en el sureste asiático, en el caribe y en tantos lugares del planeta se dedican al llamado “turismo sexual”: sólo a un ser tan complejo y contradictorio se le ocurriría algo así y, encima, ponerle semejante nombre.

Que el “humanismo” mal entendido no nos haga caer en errores: Hitler dicen que era encantador en las distancias cortas y Pol Pot sonreía simpáticamente a todo el que se le ponía delante. Ello para nada les hacía ser menos hijos de perra.

Lo importante: la elección está en nosotros, ergo nuestro es el problema.

Lo más odioso: todos los nombrados eran, son, humanos. Demasiado humanos.


Imagen: que retrata cuán peligroso -y marcial- puede llegar a ser el humano.

sábado, 19 de abril de 2008

Gritar contra fanáticos


No hay más: nada más. Luchar con la razón con quien no quiere poseer dicho privilegio exclusivamente humano (demasiado humano), se me va antojando, cada día, más inútil. El tiempo debiera ser algo sagrado: el de asueto más. E intentar ir por la vida convenciendo a la gente de algo, es lo más patético y ocioso –en el más peyorativo de los sentidos- que pueda uno hacer para perderlo: el tiempo. Si algo no nos sobra es él: somos bichos muy raros, excepcionales, que saben de su fin aunque jueguen al escondite con el tema.

Vivir la vida pensando únicamente en el fin, es una enfermedad (la enfermedad de Jim Morrison, poeta de la Muerte, podríamos decir ahora que nos inventamos por doquier enfermedades poniéndoles insustanciales nombres pero rimbonbantes: “enfermedad de Diógenes”, ¿qué tendrá el de la linterna que tanto les llama la atención?). Y vivir como creyéndose inmortal también lo es: enfermedad muy extendida, pero enfermedad.

A algunos ésta última, les hace perder la razón en aras de la "clase social", de "la justicia social", de la importancia de “lo social”, son los más insaciables “sociales” al final: curiosa paradoja. Muy humana, al fin. Decir una cosa haciendo otra, es no pensar las cosas.

A otros la patria les priva y, como al anterior caso, lo primero de que les priva es de la razón: apelación continua a los sentimientos en pleno mitin; risotadas y chistes malos desde el atril; guiño cómplice desde el altar del religioso político, es el imperio de los tontos que bailan al son de la retórica omnipresente.

A otros, como último ejemplo, les sirve para crearse un “más allá” que les libre de todo mal: ¿qué más da preguntarnos si somos o no finitos si nuestra finitud es inexistente? Todo se ve mejorado y corroborado ante tan deterministas mentes…¡¡¡después de la muerte!!! A ninguno, digo solemne, perdón, ¡chillo con todas mis fuerzas: a ninguno he visto yo que venga de ese más allá a convencerme de nada! Nos queda chillar en soledad.

Mientras espero que algún espectro o similar ente se me aparezca, sepan que a mi modo de ver cada vez tiene más razón el John Wayne, frente a James Stewart, de “El hombre que mató a Liberty Balance”. Así lo creo.

¿Cómo convencer de nada a un imbécil que cree en la guerra santa?: de ninguna manera. Sólo chillar en este desierto de ciudad donde el debate parece estar de modé, donde el que mea fuera del tiesto es señalado con cinco mil dedos acusadores, es nuestro recurso: nuestro privilegio.

A la resolución del fanático (léase el imbécil), sólo queda el recurso de inocularle la siempre sana duda. Sólo hasta ahí podemos llegar: no más.

Y en sitio seguro: chillar por lo lerdo que puede llegar a ser el humano. ¡¡¡Pero cuán lerdo!!!

Grito en la soledad de mi txoko

lunes, 7 de abril de 2008

De la añoranza.


Melancolía. Tal vez una poderosa astenia primaveral me invade: lo mío es el otoño, está claro. No obstante, no quiero hacer de este blog una especie de “rincón de la subjetividad”. Pero sólo desde ella, desde la subjetividad de mi “yo”, ciertamente puedo a veces apartarme de la mortalmente gélida actualidad política.

Que nadie se engañe, este blog nació con vocación de hablar de “la actualidad desde la Filosofía”. Pero dicha disciplina, vital para algunos como quien firma aquí mismo, es lo suficientemente amplia de miras como para saber salirse del encorsetamiento diario, del chaparrón cotidiano de titulares “exclusivos” y de la inagotable sinvergonzonería de “políticos ¿profesionales?”.

Así, hoy, aquí, delante de la pantalla de mi ordenador, siento la melancólica sensación que sólo el añorar a algo o a alguien, puede a uno invadir. En mi caso: la inigualable lectura, por casualidad, de los autores clásicos, empezando antes por un difícil libro recogido de la mesa de mi hermana –ella que sí estudiaba aplicadamente- en un día de asueto de la fábrica donde malgasté años. El libro rezaba en su título como sigue:
Así habló Zaratustra”.

Y lo mejor de todo con mucho fue que, tras años sin estudiar por mi mala cabeza, lo entendía: aquel sombrío autor que escribía a “golpe de martillo”, como a gritos, avisando de lo que se avecinaba en una Alemania corroída ya por un incipientísimo nacionalismo antisemita, me envolvió literalmente.

Es el mismo decimonónico autor el que me lleva ahora, tras mi jornada laboral, a recordar por qué y de qué manera la intuición me llevara a coger aquel libro maldito: ¡y todos los que le siguieron, incluidos los académicos!

Aquel ramalazo de lucidez a mis 21 años en un caluroso verano de hace ya 16 años, todo comenzó con un intempestivo que escribía a la manera del “oscuro” Heráclito: Friedrich Wilhelm Nietzsche.

Así, hoy, recuerdo, añoro, rememoro la definición que en su obra “Más allá del bien y del mal” daba el filósofo enfermo y solitario, tan ducho en subir a altísimas cumbres, como a descender a insondables valles:

"Un filósofo: es alguien que constantemente vive, oye, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias; alguien al que sus propios pensamientos lo golpean como desde fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie peculiar de acontecimientos y rayos; acaso él mismo sea una tempestad que camina grávida de nuevos rayos; un hombre fatal, rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos inquietantes. Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia tiene miedo de sí -pero que es demasiado curioso para no "volver a sí" una y otra vez..."

Eso, y nada más, es ser filósofo: la amargura de saber que la curiosidad no mata, sino que al contrario, nos da vida. Que volver a entendernos a nosotros mismos es hacerlo para con los demás. Que los resultados no son siempre –casi nunca- idílicas bondadosas respuestas. La de querer llegar, al fin, al núcleo mismo de la condición humana: hedionda las más de las veces.

Ser filósofo es hacerse al dolor: no creer en idílicos patrones. Ver la realidad a través de los sentidos: palpar el hecho de que la vida es grandiosa para tamaños raros y contradictorios seres como los humanos.

Es añorar el principio que ya no vuelve, que ya no volverá.

Imagen: "La muerte de Sócrates", del pintor francés David, terminado en 1787: la siniestra paradoja del elegir entre mantener o no los descubrimientos -enojosos para los doctrinarios- de un filósofo, en este caso a vida o muerte.

Aforismos realistas de un no monárquico.


-La vida son los sentidos: los sentimientos forman parte científica de los mismos (que se lo digan a los neurólogos o al petardo de “House”).

-El sexo no es malo: es escaso, y dados los tiempos y las castas costumbres en esta tierra hasta entre los más “progres”, más todavía.

-Somos –los navarros- más grandes que los de Bilbao: en todo, ya seamos regionalistas, nacionalistas o abertzales. Basta de hipocresías: “tengo más arrobas que tú” o “ mi caserío es más grande que el tuyo y me lo juego a la pelota con dos ídem”, son los lemas de un fantasma.

-Los periodistas son como todo el mundo: hay de todo; pero abundan los que realmente son sacerdotes en posesión de una verdad iluminada: a la mierda el cuarto poder.

-Los políticos son hijos de su retórica: ella es su vida, su herramienta y, por tanto, su fin y su tragedia. Aun sin saberlo, por ignorancia sobre todo: siguen siendo griegos, es decir, trágicos.

-La vida es corta: vívela (el cómo, cuánto, cuándo y demás, son demasiado individuales y personales como para que te los diga nadie).

-La convivencia es buena: cierto, sé tú mismo sin intervenir en los demás: interactúa, no invadas libertades ajenas.

-Dios existe: y yo creo en Papá Noel.

-Sueño con el Yucatán, con Guatemala, con Grecia, con Escocia, con París, con Roma: señal de que volveré. Donde dices “yo debo”, di “yo quiero” (Nietzsche –influenciado por Shopenhauer- dixit).

-Si una morena está buena, no tiene por qué ir en perjuicio de una pelirroja o una rubia: lo mismo en el sexo masculino (para las amables lectoras: dos besos).

-Tuve un susto en cuanto a salud: bienvenido sea, así sabré lo que es bueno. La vida tal vez tenga nombre femenino por ello: las chicas saben lo que nos merecemos por lelos.


Un abrazo a todos y todas, es mi única forma de celebrar el cumpleaños del blog, como de quien en él “mancha” hojas: la cena que ha precedido a estas líneas con mi compañera y un amigo, tampoco ha estado mal.

Imagen: Nietzsche, amo de aforismos varios.

Sangre y cruces.


No puedo evitarlo: cada año la misma cantinela espiritual de cruces, sangre, encapuchados y alargadas figuras. O ellos no son de este siglo o, tal vez, yo no lo sea.

Prefiero mil veces una tranquila copa (ahora que puedo: porque quiero) a dar mil sacrificados golpes sobre mi espalda: los ritos se parecen. Lean si no el inteligente artículo, si les es posible, de ayer en El Diario Vasco de Javier Sabadell con tan nietzschiano título:”La muerte de Dios”.

“(…) usted cree en un ser que nace de una virgen un 25 de diciembre. Cuyo padre terrenal era carpintero. Cuyo nacimiento fue señalado por una estrella de oriente. Que hizo milagros y maravillas, resucitando a los muertos y sanando leprosos. Que murió en una cruz con clavos en sus pies. Que resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo. Que tenía doce seguidores y fue traicionado por uno de ellos. Que se le llamaba “el buen pastor”. Que fue considerado el Redentor, y segunda persona de la Trinidad. Que proclamó la Resurrección (…) Pero no hablo de Jesucristo. Sino de Krishna, un mito de la India milenaria que le precede [al mito cristiano] en al menos 1400 años”.

Aun así, se queda corto Sabadell: la agrupación de “entidades” en el politeísta antiguo Egipto, hizo que sus dirigentes (eminentemente monoteístas) “organizaran” en grupos de tres a las diferentes deidades: la “trimurti”. De ahí la Trinidad a la cual se refiere el autor aquí señalado: aunque algunos, por más que lo intentemos, nunca sabremos qué demonios –con perdón- hacía y qué papel jugaba el “palomo” llamado Espíritu Santo exactamente en toda esa cosmovisión.

Viéndonos libres de tantos ritos y pasos, sabiéndonos los menos, los ateos materialistas, racionales, nunca tontos útiles que no dan sino la razón a quienes como nosotros no piensan, nos enteramos de la “última noticia”: los creyentes son más felices.

“¡No sabes las “agarraderas” que te da para la vida saber que hay un más allá y que Dios existe! ¡Porque el cuerpo no es más que “animalidad”!, hay que darle lo contrario de lo que te pide”, me espetaba una amabilísima persona a la cual admiro y respeto: ¡no sabía cuán platónico era tan creyente humano sin saberlo y queriendo convencerme, mientras yo me "alojaba" en la cama de un hospital!

¿Para qué, pensaba yo, los funerales, los gemidos de humano dolor?: hay un más allá. ¿Por qué llorar la marcha a “un mundo mejor” del familiar, amigo o lo que fuere? ¿Por qué demonios (re-perdón) tanta algarabía, tanto ramo, tanta ceremonia vacua?

El cuerpo, los sentidos, nos engañan –dicen-, porque todo está supeditado a una vida más placentera tras la muerte: creyentes respetables, entended que no os comprenda. ¿Una mejor vida y para ello hacer de este “más acá” epicúreo un “valle de lágrimas"? Masoquista pensamiento. Ello no quiere decir que con los que yo coincida –pocos pero de gran calidad humana- dejen de lado la moral en “esta vida” en aras del “todo vale”: ni mucho menos. No huyen de la moral, sí de la moralina (a la navarra, en este caso)…y mucho…

Sea como fuere y teniendo en cuenta las ventajas de un calendario católico –festividades varias-, les deseo unos felices días ahora que yo comienzo “las vacaciones” (tres días no sé si alcanzan para llamarse así).

Y gracias por esas más de 300.000 visitas: quienes han tenido tal gentileza como quienes han dejando comentarios, están muy por encima de quien pudo provocarlos. Muchas gracias a ocho días del cumpleaños de este blog y de quien en él humildemente firma.

P.S.: Cumpliremos años si Dios lo quiere (el humor siempre por delante, por favor).

Imagen: Semana Santa viva de Santa María de Paraleda, Meis, Galicia.

sábado, 15 de marzo de 2008

Difíciles días.


Para aquellos que conserven un mínimo de dignidad compuesta de ciudadanía (a su vez compuesta de derechos y deberes: anverso y reverso de la misma moneda, que nadie hable, pues, de “derechos” sin olvidarse de sus “reversos”, máxime si son derechos colectivos y no individuales), para esos individuos, estos son, indudablemente, días difíciles. ¿Aguantaron dignamente los televisivos debates? La imagen no siempre dice verdad: el viejo Platón lo sabía.

Admiro a quien conmigo no esté de acuerdo: al idealista, a quien cree en utópicos escenarios y a quien, aun en el supuesto de partir de mis mismos materialistas cimientos, su pensamiento le lleve por caminos alejados de los míos. Los admiro sinceramente: me gustaría ser aquel idealista que fui. Indudablemente, lo fui. Me gustaría ser aquel patético-platónico-marxista-leninista-nacionalista (conceptos extremadamente antitéticos salvo uno: adivínenlo) que fui.

Pero ya no está aquí: ya no soy aquél.

Creo en individuos, en personas. Las colectividades producen en mí un estado incómodo y enojoso: Freud y Jung estudiaron muy bien –al igual que Ortega- cómo, de qué forma y hasta dónde es capaz de llegar el temible e irracional “hombre-masa” henchido de sentimentalismo. Este siniestro método, cómo no, siempre se ve incitado por la omnipresente retórica: la apelación a los sentimientos une mucho. Odiar, por ejemplo, concita más opiniones en principio dispares que los acuerdos que se consigan en cualquier curso de verano o cátedra: odiar a quien como nosotros no es, une. No seamos hipócritas con nosotros mismos ni con los demás. Digámoslo: es el principio del remedio.

Así, haciendo una “sana” utilización del electrodoméstico llamado “televisión” , he podido escurrirme cual anguila tanto de debates, como de telediarios siempre partidarios –partidistas- de cualquier cadena de adoctrinamiento.

Sean bienvenidos a este jardín-huerta (estoy de lo más productivo desde que volví a trabajar) lleno de dudas: hagan lo mismo que éste su compañero de jardín y pongan en duda sus certezas.

Yo - pongo la mano en el fuego- lo hago todos los días: odio “la” política –concepto genérico- y sólo puedo respetar a algunos políticos, independientemente de su ideología (váyanse al carajo los políticamente correctos: también hay gente decente en la denominada derecha, sea ésta nacionalista, regionalista o estatalista).

Pero a mí me gustaría ser aquel chaval inconsciente que escuchaba a los Pistols la canción “Did You No Wrong”: fresca música, resuelta, 19 primaveras te dan la impresión de ser inmortal y estar más en forma para todo que nunca y que nadie puede contigo. Anárquico e idílico modo de verlo todo que echo de menos: para no volver a él. La vida es una paradoja: quien de ello no se dé cuenta, está enfermo.

Ya no soy , pues, aquél. Hoy, al ir a trabajar a primerísima hora, una pareja de tierna edad y con un “mareo” importante (“Qué mal egtoy guapa”; “Pues anda que io, chaval”, balbuceaban mientras hacían eses y me preguntaban por la calle Zapatería), se cruzaba en mi vida a la mañana yendo al trabajo: ellos eran yo hace muchos años. Un paseo al tajo o a ningún sitio: éso y no otra cosa, es la vida. Un paseo.

Pero pequeñísimos e íntimos momentos como éste, me llevan, escuchando la música que me acompañara en mi adolescencia y larga post-adolescencia (así como unas tranquilas cervezas en mi hogar, al lado siempre de mis libros) a pensar que aquel chaval sigue aquí, a mi lado…en estos difíciles días.

Conviene decir de qué modo se preservará mejor el fin de la naturaleza y cómo nadie, en un principio, accede espontáneamente a los cargos públicos
(Epicuro dixit, reflexión que me ha hecho más llevaderos estos electorales días).

P.S.: Sirva como reconocimiento a quien como yo no piense lo que sigue: no hay democracia sin partidos políticos, lo reconozco. Pero tampoco sin racional crítica a éstos y sus componentes. Ahora bien: sólo en la elección está la libertad.

viernes, 14 de marzo de 2008

Hacer lo que se debe


Sólo un niñato –o no- es capaz de cometer la mayor de las burradas éticas: matar a quien como él no piensa, hacer desgraciada a una familia extraña (la del asesinado), así como a la propia (la del terrorista).

Es todo tan manido que no me siento cómodo escribiendo hoy: ¿cómo hacerlo tras tener razón? ¿Soy soberbio? Tranquilos: no tengo abuelas. Perdónenme por tener razón. ¿Recuerdan cómo el que suscribe hablaba ya hace un tiempo de cómo las llamadas “organizaciones revolucionarias” acababan matando o secuestrando a aquéllos que habían estado negociando con dichas organizaciones?

Ingrid Betancourt es un claro ejemplo: mujer que representaba a los Verdes en la convulsa Colombia, participó de manera activa en las negociaciones de paz con las estalinistas F.A.R.C. Se acaban las negociaciones: se acaba la paz (en entredicho, pues las FARC siguieron masacrando al pueblo que dicen defender, sólo que teniendo una zona de “distensión” como cuatro Navarras, en donde sus comandos o “Frentes” después de asesinar se refugiaban). Se acaban las negociaciones: matemos a los negociadores.

Es la ilógica lógica de dichas anacrónicas “organizaciones”.

No voy a sermonearles, tranquilos: escribo de manera inmisericorde porque si no, uno no consigue atraer la atención del lector. Aparte de ello: ni intento ni quiero pontificar. Que me crea el que quiera.

Hagan con su voto lo que deseen: excluida esta vez la sana abstención. Que los ciudadanos nos sintamos individualísimamente sujetos de derechos y deberes, es la libertad. Anteponer a ello conceptos como “pueblo”, “patria” o “clase”, se me antojan engañuflas para –como diría Ortega y Gasset- “hombres-masa”.

Hagan lo que deban.

P.S.: Vaya por la familia de Isaías Carrasco, especialmente para su hija Sandra. Y sirva también para Mondra-Arrasate, pueblo que bien conozco, de homenaje la imagen: ¿seguiré teniendo amigos y amigas de antaño en dicho industrioso pueblo?: sólo estas líneas lo provocarán en una localidad tan mojigatamente polarizada.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Vida de paso...


Estamos en esta vida de paso”: latiguillo en el que sólo cree quien lo hace también en “un más allá” (monoteístas) o en la reencarnación a través de distintos “más allás” (orientalistas varios), paradójicamente desde un “más acá” (como diría el inmortal Epicuro).

¿Qué frustrante angustia, ansiedad o malestar oprime los pechos y nubla las mentes de quien siente que se engaña a sí mismo cobardemente pensando así?: no estamos de paso. Una vida: una ocasión. Ocasión de hacer lo suficientemente el gilipollas, de aprovechar el tiempo, de caer en errores que hacen aprender, etcétera. ¿Cuántas veces oír un “si yo tuviera 20 años con lo que sé ahora…”?: ¿Qué harías?, inquiero yo. ¿Qué?: estupideces, nada más. Sólo se es inconsciente cuando se debe y racional también. Hay quien lo llama madurar. Se aprende, aprendemos, a base de golpes. No cabe darle más vueltas: la vida es una y no nos quiere lo suficiente como para dedicarnos todo su tiempo.

Debemos habérnoslas solos en la vida: “ante” la vida. Al final es la mayor de las putadas (con perdón). Allá cada cual: llévense bien porque el trayecto está lleno de idiotas (la gente más interracial, interclasista e internacionalista que existe).

Vida solo hay una y a ti te encontré en la calle: ríanse. Viviendo. La vida es cosa seria: sin diversión y humor, no obstante, nadie: es. Pues nadie sería sin un ápice de sanas risotadas, sin humor negro. Es lo que nos queda: una herramienta. Sólo los que vemos de cerca alguna vez las entretelas de la parca maldita, sabemos que nada hay después. Nada. Sólo una vida: sólo una oportunidad de ser insensatos o todo lo contrario.

Nadie tiene derecho a juzgarnos ni a priori, ni a posteriori por vivir de manera diferente a la suya: Bertrand Russell tenía razón al hacer hincapié en la manida “higiene mental”: pensar en demasía sobre lo que los demás creen de nosotros, es una gran pérdida de energías y de tiempo. Emplear dichas joyas en otros menesteres, es una buena administración de nuestra ociosidad: un buen remedio.

Que piensen lo que quieran: yo llevo la cabeza rapada. ¿Alguien entre Vds. con el pelo azul? Ojalá que sí...

Una vida: una sola elección. Una, por tanto, única forma de disfrutar de lo que tan sólo poseemos de verdad: los sentidos, el cuerpo. ¿Problemas a la hora de emparejarse? ¿Da igual si es del mismo sexo o no?

Una vida: una opción.

¿Después?: nada.

Elijan.

sábado, 1 de marzo de 2008

Prostituyendo la sana abstención


La abstención es una opción (perdón por la horrible rima). Como opción: significa libertad. Libertad de poder elegir dicha opción: es una perogrullada fácilmente olvidada por proselitistas de todos los colores y pontificadores varios.

Si ya lo teníamos difícil algunos intentando hacer entender a mentes mínimamente funcionales, que abstenerse no es favorecer ni a la derecha ni a la izquierda (dos entelequias históricas), ahora vienen los salvapatrias de turno y nos dejan en mal lugar: ¿nos contarán ahora entre sus seguidores? ¡A mi no me pillan, señores!

El voto nulo, el voto en blanco y el voto “por cabreo” a partidos pintorescos: todo ello reivindico para quien como yo se vea en tal tesitura.

Que los grandes partidos a quien elegir (dos) sigan pareciéndose cada vez más, sobre todo sus máximas cabezas visibles, a guiñoles o “muñegotes” enseñándonos cartelitos para bobos con una flecha que sube hasta el cielo (como nuestros impuestos) o bajando a los infiernos (como nuestros sueldos), no dice sino en nuestro favor. Los hay que nos abstenemos por no estar de acuerdo con un sistema electoral que valdría mil veces más la pena si lo fuera por representación real, incluido un sistema de listas. ¿Por qué no votar a la persona y no a la sigla?: los nominalistas estaríamos encantados. Las siglas de hoy, son los “universales” platónicos de ayer. Por ejemplo: los "salvadores" que emplean la palabra: "pueblo", saben que dicho "universal" substituye al Dios de antaño.

Que el quiera vote: ¿respetará quien tal derecho ejerce el nuestro, es decir, el derecho a abstenernos?

Quieren ocupar nuestro lugar: ocupemos el suyo. Votemos a quien les incomode o no engrosemos masas de abstencionistas manipuladas, votando en blanco.

Y, por favor, sean civilizados y no se parezcan a ninguno –ninguno- de los cabezas de lista de cualquier partido –de cualquiera: desde las ocho mil falanges a los diez mil partidillos comunistas.

Somos ciudadanos, contribuyentes, somos: ellos sólo son retóricos. Nada dicen. Nada. Mercachifles son. No mucho más.

lunes, 18 de febrero de 2008

Lectura que reconcilia.


Cierto es que no pocos datos sociológicos en cuanto a los hábitos de lectura, se basan erróneamente en la simple “compra” de libros. Pero reconozco que me reconcilio con Navarra algunas veces: estudios recientes ponen a esta nuestra comunidad en un buen lugar. Cine, música y lectura habitual, aparecen como nuestros puntales con respecto a las demás comunidades autónomas.

No ha mucho que me quejaba, charlando con unos familiares, de la escasez de lo que me gusta denominar como “lectores de parque”, en una ciudad donde no precisamente escasean las zonas verdes. La cosa va variando o tal vez sea yo: cosas de una edad que se encamina vertiginosamente hacia el cambio de década. Será por ello que me vea más esperanzado, al menos, en este tema. Creo que la relación con el libro en cuestión, relación incluso física, es muy diferente en el Reino Unido o en Nueva York que aquí, pero lo cierto es que la gente lee. Y no sólo prensa, que también es bueno (¡díganmelo a mí!).

No soy ni aspiro a ser sociólogo, me decanto –como bien saben los pacientes y amables lectores- por la Filosofía (“¿Filosofía, para qué?”: me espetan aún hoy los pequeñines ignorantes; “Para responder a preguntas estúpidas”, contestaba y contesto yo arriesgándome a que mi cara acabe golpeando el puño de alguien). Así que no puedo estar más de acuerdo con la filosofía, precisamente, que bulle nítidamente en la película Fahrenheit 451 de François Truffaut basada en el libro de Ray Bradbury: sólo una dictadura, tenga el color que tenga, está necesitada de un Big Brother materializado en un mural-visión omnipresente, no dejando leer cualquier cosa. Cualquiera. Sólo el henchido de dogma –ideología- y de fanatismo quisquilloso (perdonen el pleonasmo), será aquél monstruito que ocupará su ociosidad enfermizamente: quemando libros.

Así, pues, lectores en potencia: lean. En el parque. En todos los parques. En cualquiera de los que adornan esta ciudad y que tanto me reconcilian con ella.

A los “libreros”: dejen que los chavales se lean un libro entero a ratos sin pagar. Es más: acomódenlos en buenos sofás. Créanme, acabarán comprando. Nunca tendrán Vds. mejor labor de marketing.

Todavía recuperándome del brutal incendio en el londinense Camden Lock Market, no muy lejos de allá y no hace mucho conocíamos Blackwells, la legendaria librería de la bellísima Oxford, donde la relación “lector-libro” me impresionara lo suficiente como para escribir estas líneas a modo de homenaje.

Recuerden la advertencia del insigne Bertrand Russell en su apasionada defensa de una sana ociosidad: “Cuando la actividad consciente se concentra por entero en algún propósito definido, el resultado final para la mayoría de la gente es el desequilibrio, acompañado de alguna forma de alteración nerviosa”.

Respeten sus momentos de ocio: son demasiado valiosos.

Imagen: el interior de Blackwells Library, llena de lectores ávidos, como debe ser. Recuerden la aparición de dicho templo del ocio en la inolvidable película sobre el escritor C.S. Lewis: "Tierras de penumbra".

domingo, 10 de febrero de 2008

Goodbye Camden.


Fue a principios de la década de los noventa cuando te conocí: todavía conservabas el aire “post-punk” y la omnipresente niebla, mientras en la City hacía sol. El frío congelaba hasta las neuronas, mientras entre chupas y botas, regateos y bromas con aquella chica de Madrid, veíamos pasar skinheads con sus bufandas futboleras de empalmada, aliviando su temperatura corporal –bajísima de tanta birra, sospecho- con un té en un vaso de plástico.

Y los vinilos, ¡cómo no!, menudas joyas se encontraban en Camden Lock Market.

El itinerario era, fue, el típico: el sábado al mercado de Portobello (donde me hice un tatuaje) y el domingo, Camden Townof course.
La última vez que transité tus venas, ya no había tantos puestos abiertos: casi todo eran ya comercios hechos y derechos, en el 2004. La zona del canal seguía preciosa, pero ¡quién nos iba a decir que veríamos a masajistas en plena calle ejerciendo! Las calles cambian. La ciudad nunca es la misma. La polis, casi como un organismo vivo: madura.

Y eché una pinta de nuevo en un pub, ¡cubano! Ya entonces te echaba de menos: habías crecido, haciéndote once años mayor, como quien ahora te escribe.

Ayer, siguiendo la tradición maldita que comenzara en el siglo XVI de horrorosos incendios londinenses, me sobresaltaste. Hoy, imagino un domingo sin mercado. O un domingo con los restos de un mercado. Tal vez sea así mejor: recordarte como aquellos fríos días de octubre de 1993 con veintipocos…

Queda el recuerdo: siempre.

Sonrisas y lágrimas.


Hace una semana que acudimos a la presentación del libro de Gabriel Albiac en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (con tan bellas como interminables escaleras).

Contra los políticos” es un panfleto: en el sentido más aceptable e ilustrado del término. Los lelos que se dedican a desprestigiar a quien como ellos no piensan con descalificaciones estilo: “ha escrito un panfleto”, se sonrojen por favor, o se dediquen a leer algo sobre el bello arte de saber escribir un panfleto.

Traspasado ya el umbral de tamaña tradición, he de decir que la desazón me invade: precampaña para mí es sinónimo de aburrimiento. Hastío de ver cómo nuestros partidos políticos se endeudan más –todavía más- con entidades financieras para uso y consumo de sus fieles: el merchandising no es barato. Y nunca sale gratis total. Nunca.

¿Qué esperar, a tal efecto, de esas superestructuras empresariales que están muy por encima de las siglas que manejan a su antojo?: las siglas ya no reflejan ideologías ni principios (sólo algunos cándidos individuos que las integran, tal vez), sólo son la máscara de intereses mercantiles de macro-grupos financieros. Su cara mediática es una, dos o más televisiones, algunos periódicos y, por último, la facción que más les interesa de tal o cual partido político.

Así, nos hallamos en pleno y relativamente nuevo invento: la precampaña. Guarden sus arcadas para después del precalentamiento, que todavía queda el festival de derroche, colorines y fotografías con sonrisas enormes, paraíso de cualquier médico estomatólogo…

Amén.

martes, 5 de febrero de 2008

80's


Acelere. Vértigo. Adrenalina y violencia anticlerical. Procesiones ateas con bidón de clarete por Virgen. Verano y mucha, mucha cerveza. Bandas urbanas y las historietas de Azagra en El Jueves. Revival Punk y casas okupadas. Excesos no confesables. Porrazos y carreras. Pelotazos y fuego real. Jaiak bai eta borroka ere bai: Gasteiz, Bilbo, y en el 89 el gigantesco follón en la Semana Grande de Donosti con fuego de postas incluido. Conciertos y... ¿Rock radical vasco?. Todo eso y más fueron para mí los ochenta.

Hasta mediados de la década no comienzo mi carrera en la universidad de la calle. Cosas de las que avergonzarme pero nunca arrepentirme. La vida es una y demasiado corta como para hacerlo. Los ochenta. Multitud de atentados y contra-atentados. Es la década de la guerra sucia dentro de una única sigla a diferencia de los quince años anteriores: los G.A.L. aparecen dando razones a sus "enemigos".

En la Plaza del Castillo se entremezclan los camellos, los secretas y las putas hasta convertirse en lo mismo. La heroína, sistemáticamente trapicheada, hacía estragos como nunca antes.

Aquí lo que está de moda es hablar de los años 60, incluso y ahora más que nunca, de los 70 con su supuesta Transición política a cuestas. Pero los 80... ahí no hay nada de qué presumir... Nada que rascar.

Los 80 y la mierda en el suelo después de un concierto bailando “pogo” como animales. Sangre. Mucha sangre. La violencia en la calle se reproducía después de cada asesinato para-policial, después de cada refugiado etarra entregado, después de cada manifestación por los presos, después de la orden del cierre de los bares a la una – “a la una no nos vamos a la cuna” – , después de cada concierto por el aumento por el precio de la birra y después de cada huelga estudiantil contra la intervención yanki en cualquier parte del planeta (daba igual) o contra los nuevos “chorizos” navarros, en este caso, con sabor socialista.

Todo esto menos estudiar claro. Eso ha venido mucho después. Entonces estaban más de moda las asignaturas del gran follón en el primer ciclo, y del gran exceso en el segundo.

Definitivamente los ochenta fueron unos años de mierda. Los Tijuana cantaron aquel “Que nos dejen en paz”...pero no fue así.

Otros se lo tomaban sólo como dictaban sus escasas neuronas: bombas debajo de mi antigua casa contra un par de sucursales bancarias: la habitual “bomba de las doce de la noche”, como las butizó la extinta “Telenorte”.

Interrupciones en el telediario a la hora de comer, hacían que la UHF (¿o era la VHF?)presentara un aspecto borroso, dejándose oír mientras un comunicado en bilingüe de E.T.A. (y yo con una adolescencia en ciernes, intentando discernir tantísima referencia al "Pueblo trabajador vasco...")

Asesinato de un militar secuestrado por polimilis rebeldes y más asesinatos múltiples que acabarán al final de la década degenerando en indiscriminación pura y dura.

Es mi Pamplona natal, que no deja de despegarse su manto de polarización ideológica ni aun hoy.

Mientras la corrupción y la violencia lo enmarañaban todo, yo conseguía mi primer trabajo. Las primeras nóminas. Post-Navidades con pasta al fin.

No. Nada de qué presumir en los 80 en una Navarra tradicional y terca como siempre y como nunca.


P.S.: Típica "maketa" organizada por el colectivo punk: Katakrak (el heavy era Cocorock, si mal no recuerdo).

jueves, 24 de enero de 2008

Soldado y monje.


De nuevo el credo: Tabligh e Jamaa es el nombre ahora para justificar el “rigorismo”. El wahabismo imperante en el mundo islámico, curiosamente, busca lo mismo (y el salafismo): una interpretación literalista de El Libro. Pero es que siempre damos vueltas sobre lo mismo: ¿ha habido, desde el siglo VII, algún intento serio de “acomodar” el Corán a la realidad circundante? Pocos y totalmente reprimidos, desde el mismo momento de su escritura y expansión.

La Ciudad Condal era el nuevo teatro (maldita la gracia) donde escenificar el asesinato a diestro y siniestro, con la excusa de turno, y con la coña final del martirologio. Ya está bien.

El dogma es claro: la Yihad también. Pueden existir –los hay- creyentes musulmanes que piensen que la Yihad es algo interior, espiritual, pero El Libro no deja lugar a dudas: y un “rigorista” no va a pensar diferente por mucho que le hablen de espiritualismo. Si quieren, sospecho, se vuelven la mar de materialistas estos teócratas: envolverse en algodón, pensar en la mejor manera de colocarse la bomba para asegurar su propia muerte, en cómo explosivos y metralla deben situarse para matar más y mejor, etcétera.

Lo preocupante son los nostálgicos de la Guerra Fría, pensando en que es una “religión de los pobres” (¿opio para los pobres?: Marx dixit) como respuesta a “ofensas” interminables. No tienen en cuenta lo que de infieles y politeístas dice El Libro: “Vuestros dioses son un solo Dios. No hay dioses fuera de Él, el Clemente, el Misericordioso” (Azora II: “La vaca”, “Contra los politeístas"); de lo que de la Yihad dice: “¡Oh, los que creéis! ¡Poneos en guardia! Lanzaos contra nuestros enemigos por grupos o en bloque” (Azora V: “La mesa”, “Obligación de acudir a la guerra santa”)

Nada justifica lo que estos miserables intentaban hacer de nuevo. Nada. Buscar retorcidas excusas para sus asesinatos colectivos y suicidios –que bien pudieran hacer lo segundo sin lo primero: ¿o no lo decimos de los ignominiosos seres que matan a sus compañeras y luego se suicidan?-, buscar excusas, decía, en las condiciones sociales en que estos “encantos” nacieron o en sospechosísimas complicidades y guiños de religiosos de otros dogmas, me parecen siniestros por estúpidos. Tampoco tienen en cuenta la máxima, que pretenden literal en la praxis: “¡Oh, los que creéis! No toméis a judíos y cristianos por amigos: los unos son amigos de los otros. Quien de vosotros los tome por amigos, será uno de ellos. Dios no conduce a la gente de los injustos” (Azora V: “La mesa”, “Prohibición a los creyentes a pactar con judíos y cristianos”).

Vuelve el engendro: “mitad monje y mitad soldado”, reciente. Ahora, en el mundo musulmán. Éste es el que debe decidir el cambio: la maltratada Ayaan Hirsi Ali en su “Yo acuso”, no se cansa de repetirlo con pasmante ingenuidad. Se necesita a un Voltaire. Demasiado para ellos: los tenidos por “moderados” en Francia, pidieron no estudiar a tamaño infiel en las escuelas públicas, intentando reventar desde dentro la larga tradición de La République.

Vuelve de nuevo. Soldado y monje en uno.


Imagen: la valiente Ayaan Hirsi Ali. Mujer que conoce bien el mundo musulmán, del que ha ido renegando muy lentamente (a pesar de haber sido mutilada sexualmente de niña, en nombre de dicha religión), hasta reivindicar su condición de no creyente. Un ejemplo a reivindicar, de quien conoce bien ambos mundos: el creyente musulmán y el occidental. Siempre será defendida por quien suscribe. Léanla, por favor.

jueves, 17 de enero de 2008

Odiseo regresando.


A una hora de vuelo de Venezuela (Tirano Banderas de rojizos colores al frente) y a poco más de Colombia: seguimos, en ratos tontos, la cadena de imágenes que se sucedían sobre la liberación de Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo, en las cadenas de ambos países. Y, de nuevo y muy fugaz (pues de vacaciones nos hallábamos) nos recorrió una conocida sensación agridulce: son más los secuestrados por las estalinianas FARC, que los presos que tiene ETA en la actualidad, por ejemplo. Muchos más y en peores condiciones aquéllos, en mitad de la selva colombiana.

Seguíamos, a diferente velocidad (de eso tratan los días de asueto) el devenir del tiempo. Notábamos grano a grano de arena blanquísima en el inflexible reloj que va marcando el tiempo, el inexorable paso del mismo, .

Sin embargo y debido a los acontecimientos personales de los que uno quería quitarse estrés acumulado, las reflexiones al sol caribeño venían a borbotones de la mano de Homero. La diosa Atenea, “la de claras pupilas”, llega a subrayar una de tantas mencionadas reflexiones de manera inmisericorde pero real: “Ni aun los dioses podrían librar de la muerte, que a todos es común, al más caro varón, una vez se apodera de él la Parca funesta y le da una muerte tristísima”.

Tristísima pero segura. La muerte. No hay otro final para nuestra especie. Sólo cuando vemos las “orejas al lobo” en nosotros mismos o entre quienes nos rodean, acabamos por ver materializada tal obviedad.

Pero antes del tétrico final, no por no sabido pero sí por “disimulado” a uno mismo (Freud estudió bastante el tema a través del “Tánatos” o “pulsión de muerte”), nos queda la vida: una parte de ella es la amistad. Aquélla que se rige por afectos y complicidades muy por encima de desavenencias superfluas (las políticas: las más de todas).

Así, el rey Alcinoo, hablando a los feacios, “los buenos remeros”, concluye acertadísimamente:

“Ciertamente podría decirte que no es nunca inferior a un hermano un amigo prudente”.

Queda la amistad. Sigue la vida: en el regreso trepidante.

Imagen: Odiseo (Ulises), el fuerte, inteligente e involuntario protagonista de su aventura. Ni siquiera la diosa Calipso, ni el tonto y forzudo Cíclope hijo de todo un dios como Poseidón, pudieron interrumpir su firme y larguísimo regreso a Ítaca...