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sábado, 19 de abril de 2008

Gritar contra fanáticos


No hay más: nada más. Luchar con la razón con quien no quiere poseer dicho privilegio exclusivamente humano (demasiado humano), se me va antojando, cada día, más inútil. El tiempo debiera ser algo sagrado: el de asueto más. E intentar ir por la vida convenciendo a la gente de algo, es lo más patético y ocioso –en el más peyorativo de los sentidos- que pueda uno hacer para perderlo: el tiempo. Si algo no nos sobra es él: somos bichos muy raros, excepcionales, que saben de su fin aunque jueguen al escondite con el tema.

Vivir la vida pensando únicamente en el fin, es una enfermedad (la enfermedad de Jim Morrison, poeta de la Muerte, podríamos decir ahora que nos inventamos por doquier enfermedades poniéndoles insustanciales nombres pero rimbonbantes: “enfermedad de Diógenes”, ¿qué tendrá el de la linterna que tanto les llama la atención?). Y vivir como creyéndose inmortal también lo es: enfermedad muy extendida, pero enfermedad.

A algunos ésta última, les hace perder la razón en aras de la "clase social", de "la justicia social", de la importancia de “lo social”, son los más insaciables “sociales” al final: curiosa paradoja. Muy humana, al fin. Decir una cosa haciendo otra, es no pensar las cosas.

A otros la patria les priva y, como al anterior caso, lo primero de que les priva es de la razón: apelación continua a los sentimientos en pleno mitin; risotadas y chistes malos desde el atril; guiño cómplice desde el altar del religioso político, es el imperio de los tontos que bailan al son de la retórica omnipresente.

A otros, como último ejemplo, les sirve para crearse un “más allá” que les libre de todo mal: ¿qué más da preguntarnos si somos o no finitos si nuestra finitud es inexistente? Todo se ve mejorado y corroborado ante tan deterministas mentes…¡¡¡después de la muerte!!! A ninguno, digo solemne, perdón, ¡chillo con todas mis fuerzas: a ninguno he visto yo que venga de ese más allá a convencerme de nada! Nos queda chillar en soledad.

Mientras espero que algún espectro o similar ente se me aparezca, sepan que a mi modo de ver cada vez tiene más razón el John Wayne, frente a James Stewart, de “El hombre que mató a Liberty Balance”. Así lo creo.

¿Cómo convencer de nada a un imbécil que cree en la guerra santa?: de ninguna manera. Sólo chillar en este desierto de ciudad donde el debate parece estar de modé, donde el que mea fuera del tiesto es señalado con cinco mil dedos acusadores, es nuestro recurso: nuestro privilegio.

A la resolución del fanático (léase el imbécil), sólo queda el recurso de inocularle la siempre sana duda. Sólo hasta ahí podemos llegar: no más.

Y en sitio seguro: chillar por lo lerdo que puede llegar a ser el humano. ¡¡¡Pero cuán lerdo!!!

Grito en la soledad de mi txoko

lunes, 7 de abril de 2008

De la añoranza.


Melancolía. Tal vez una poderosa astenia primaveral me invade: lo mío es el otoño, está claro. No obstante, no quiero hacer de este blog una especie de “rincón de la subjetividad”. Pero sólo desde ella, desde la subjetividad de mi “yo”, ciertamente puedo a veces apartarme de la mortalmente gélida actualidad política.

Que nadie se engañe, este blog nació con vocación de hablar de “la actualidad desde la Filosofía”. Pero dicha disciplina, vital para algunos como quien firma aquí mismo, es lo suficientemente amplia de miras como para saber salirse del encorsetamiento diario, del chaparrón cotidiano de titulares “exclusivos” y de la inagotable sinvergonzonería de “políticos ¿profesionales?”.

Así, hoy, aquí, delante de la pantalla de mi ordenador, siento la melancólica sensación que sólo el añorar a algo o a alguien, puede a uno invadir. En mi caso: la inigualable lectura, por casualidad, de los autores clásicos, empezando antes por un difícil libro recogido de la mesa de mi hermana –ella que sí estudiaba aplicadamente- en un día de asueto de la fábrica donde malgasté años. El libro rezaba en su título como sigue:
Así habló Zaratustra”.

Y lo mejor de todo con mucho fue que, tras años sin estudiar por mi mala cabeza, lo entendía: aquel sombrío autor que escribía a “golpe de martillo”, como a gritos, avisando de lo que se avecinaba en una Alemania corroída ya por un incipientísimo nacionalismo antisemita, me envolvió literalmente.

Es el mismo decimonónico autor el que me lleva ahora, tras mi jornada laboral, a recordar por qué y de qué manera la intuición me llevara a coger aquel libro maldito: ¡y todos los que le siguieron, incluidos los académicos!

Aquel ramalazo de lucidez a mis 21 años en un caluroso verano de hace ya 16 años, todo comenzó con un intempestivo que escribía a la manera del “oscuro” Heráclito: Friedrich Wilhelm Nietzsche.

Así, hoy, recuerdo, añoro, rememoro la definición que en su obra “Más allá del bien y del mal” daba el filósofo enfermo y solitario, tan ducho en subir a altísimas cumbres, como a descender a insondables valles:

"Un filósofo: es alguien que constantemente vive, oye, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias; alguien al que sus propios pensamientos lo golpean como desde fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie peculiar de acontecimientos y rayos; acaso él mismo sea una tempestad que camina grávida de nuevos rayos; un hombre fatal, rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos inquietantes. Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia tiene miedo de sí -pero que es demasiado curioso para no "volver a sí" una y otra vez..."

Eso, y nada más, es ser filósofo: la amargura de saber que la curiosidad no mata, sino que al contrario, nos da vida. Que volver a entendernos a nosotros mismos es hacerlo para con los demás. Que los resultados no son siempre –casi nunca- idílicas bondadosas respuestas. La de querer llegar, al fin, al núcleo mismo de la condición humana: hedionda las más de las veces.

Ser filósofo es hacerse al dolor: no creer en idílicos patrones. Ver la realidad a través de los sentidos: palpar el hecho de que la vida es grandiosa para tamaños raros y contradictorios seres como los humanos.

Es añorar el principio que ya no vuelve, que ya no volverá.

Imagen: "La muerte de Sócrates", del pintor francés David, terminado en 1787: la siniestra paradoja del elegir entre mantener o no los descubrimientos -enojosos para los doctrinarios- de un filósofo, en este caso a vida o muerte.

Aforismos realistas de un no monárquico.


-La vida son los sentidos: los sentimientos forman parte científica de los mismos (que se lo digan a los neurólogos o al petardo de “House”).

-El sexo no es malo: es escaso, y dados los tiempos y las castas costumbres en esta tierra hasta entre los más “progres”, más todavía.

-Somos –los navarros- más grandes que los de Bilbao: en todo, ya seamos regionalistas, nacionalistas o abertzales. Basta de hipocresías: “tengo más arrobas que tú” o “ mi caserío es más grande que el tuyo y me lo juego a la pelota con dos ídem”, son los lemas de un fantasma.

-Los periodistas son como todo el mundo: hay de todo; pero abundan los que realmente son sacerdotes en posesión de una verdad iluminada: a la mierda el cuarto poder.

-Los políticos son hijos de su retórica: ella es su vida, su herramienta y, por tanto, su fin y su tragedia. Aun sin saberlo, por ignorancia sobre todo: siguen siendo griegos, es decir, trágicos.

-La vida es corta: vívela (el cómo, cuánto, cuándo y demás, son demasiado individuales y personales como para que te los diga nadie).

-La convivencia es buena: cierto, sé tú mismo sin intervenir en los demás: interactúa, no invadas libertades ajenas.

-Dios existe: y yo creo en Papá Noel.

-Sueño con el Yucatán, con Guatemala, con Grecia, con Escocia, con París, con Roma: señal de que volveré. Donde dices “yo debo”, di “yo quiero” (Nietzsche –influenciado por Shopenhauer- dixit).

-Si una morena está buena, no tiene por qué ir en perjuicio de una pelirroja o una rubia: lo mismo en el sexo masculino (para las amables lectoras: dos besos).

-Tuve un susto en cuanto a salud: bienvenido sea, así sabré lo que es bueno. La vida tal vez tenga nombre femenino por ello: las chicas saben lo que nos merecemos por lelos.


Un abrazo a todos y todas, es mi única forma de celebrar el cumpleaños del blog, como de quien en él “mancha” hojas: la cena que ha precedido a estas líneas con mi compañera y un amigo, tampoco ha estado mal.

Imagen: Nietzsche, amo de aforismos varios.

Sangre y cruces.


No puedo evitarlo: cada año la misma cantinela espiritual de cruces, sangre, encapuchados y alargadas figuras. O ellos no son de este siglo o, tal vez, yo no lo sea.

Prefiero mil veces una tranquila copa (ahora que puedo: porque quiero) a dar mil sacrificados golpes sobre mi espalda: los ritos se parecen. Lean si no el inteligente artículo, si les es posible, de ayer en El Diario Vasco de Javier Sabadell con tan nietzschiano título:”La muerte de Dios”.

“(…) usted cree en un ser que nace de una virgen un 25 de diciembre. Cuyo padre terrenal era carpintero. Cuyo nacimiento fue señalado por una estrella de oriente. Que hizo milagros y maravillas, resucitando a los muertos y sanando leprosos. Que murió en una cruz con clavos en sus pies. Que resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo. Que tenía doce seguidores y fue traicionado por uno de ellos. Que se le llamaba “el buen pastor”. Que fue considerado el Redentor, y segunda persona de la Trinidad. Que proclamó la Resurrección (…) Pero no hablo de Jesucristo. Sino de Krishna, un mito de la India milenaria que le precede [al mito cristiano] en al menos 1400 años”.

Aun así, se queda corto Sabadell: la agrupación de “entidades” en el politeísta antiguo Egipto, hizo que sus dirigentes (eminentemente monoteístas) “organizaran” en grupos de tres a las diferentes deidades: la “trimurti”. De ahí la Trinidad a la cual se refiere el autor aquí señalado: aunque algunos, por más que lo intentemos, nunca sabremos qué demonios –con perdón- hacía y qué papel jugaba el “palomo” llamado Espíritu Santo exactamente en toda esa cosmovisión.

Viéndonos libres de tantos ritos y pasos, sabiéndonos los menos, los ateos materialistas, racionales, nunca tontos útiles que no dan sino la razón a quienes como nosotros no piensan, nos enteramos de la “última noticia”: los creyentes son más felices.

“¡No sabes las “agarraderas” que te da para la vida saber que hay un más allá y que Dios existe! ¡Porque el cuerpo no es más que “animalidad”!, hay que darle lo contrario de lo que te pide”, me espetaba una amabilísima persona a la cual admiro y respeto: ¡no sabía cuán platónico era tan creyente humano sin saberlo y queriendo convencerme, mientras yo me "alojaba" en la cama de un hospital!

¿Para qué, pensaba yo, los funerales, los gemidos de humano dolor?: hay un más allá. ¿Por qué llorar la marcha a “un mundo mejor” del familiar, amigo o lo que fuere? ¿Por qué demonios (re-perdón) tanta algarabía, tanto ramo, tanta ceremonia vacua?

El cuerpo, los sentidos, nos engañan –dicen-, porque todo está supeditado a una vida más placentera tras la muerte: creyentes respetables, entended que no os comprenda. ¿Una mejor vida y para ello hacer de este “más acá” epicúreo un “valle de lágrimas"? Masoquista pensamiento. Ello no quiere decir que con los que yo coincida –pocos pero de gran calidad humana- dejen de lado la moral en “esta vida” en aras del “todo vale”: ni mucho menos. No huyen de la moral, sí de la moralina (a la navarra, en este caso)…y mucho…

Sea como fuere y teniendo en cuenta las ventajas de un calendario católico –festividades varias-, les deseo unos felices días ahora que yo comienzo “las vacaciones” (tres días no sé si alcanzan para llamarse así).

Y gracias por esas más de 300.000 visitas: quienes han tenido tal gentileza como quienes han dejando comentarios, están muy por encima de quien pudo provocarlos. Muchas gracias a ocho días del cumpleaños de este blog y de quien en él humildemente firma.

P.S.: Cumpliremos años si Dios lo quiere (el humor siempre por delante, por favor).

Imagen: Semana Santa viva de Santa María de Paraleda, Meis, Galicia.