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jueves, 8 de mayo de 2008

Diez europeos años


Unión monetaria: sólo así es posible entender el bonito embrollo en el que nos hallamos. Una “unión monetaria”: nada más. El libre tránsito de personas sigue siendo lo que cada país decida: incluidos cándidos “papeles para todos”, peligrosos por su más que necesaria regularización.

Es el empezar la novela por el final: la carreta delante de un burro que no sabe qué hacer cuando lo que esperaba era comida.

Toda la tradición contractualista europea, se mandó al carajo en un alarde de chovinismo muy nuestro, muy “uropeo”.

La fundación de una constitución, garante de una nación o federación de estados, en todo caso un “ente constituyente”, fue dejado para después de fabricado dicho papelucho que pretendía dar patente de corso a la nueva “unión monetaria”. Lección no aprendida: suben los precios de productos básicos hasta seis veces en diez años y los salarios en Groenlandia dentro de un iglú.

¿Cómo fundar un “ente consitutivo” a priori de dicha no consensuada Constitución, si se quiere hacer entrar en la juerguita a países como Turquía que cuenta (como recordaba en una televisiva entrevista el filósofo francés Bernard-Henri Lèvy) en su haber como best-seller nacional el “Mein Kampf” de un tal Adolfo, amén de una población de más de 100 millones de habitantes y gravísimos problemas internos y exógenos?

El aborto de constitución quedó en éso, papel mojado: el primer billete de 20 euros que conseguí sacar de un cajero aquél frío 1 de enero, tal vez, también.

Al menos en su traslación a pesetas.

Y Europa sigue su camino hacia la utopía (u-topos: el "no lugar" heleno).

jueves, 1 de mayo de 2008

Desgraciadamente humanos.


Y lo olvidamos: está en nuestra condición. La misma que tanto han explotado, y explotan, las diversas cosmovisiones que convenimos en llamar “religiones”. La condición humana – título de tantos venerables libros como el de Hannah Arendt- es cruelmente contradictoria.

Freud supo teorizar los comienzos de tamaña sospecha: nos engañamos las más de las veces; nos controlamos, también. La ética, humana creación, es la disciplina a la que nos agarramos para no ser lo que no queremos: un monstruo.

El monstruo que todos llevamos dentro (Freud llegó a la conclusión de que todos somos descendientes de caníbales) se llama, hoy, en la prensa mundial: Fritzl, en Austria. Pero los ha habido de todos los colores y lugares: Stalin, Pol Pot, Hitler, Mussolini, Franco, y tantos otros con la excusa de diversas religiones políticas. ¿Hay que recordar a Paul Schaefer, aliado de Pinochet, pedófilo y nazi entre otras lindezas, arrestado allá por el 2005 en Argentina?

Está en nosotros: la decisión. Única responsabilidad: la nuestra. Justicia: no deja de ser otra convención nuestra institucionalizada que, en quien ella trabaja, bien sabe, o cree, qué es la injusticia. No pocas veces hija ésta de la primera, todo hay que decirlo.

Está en nosotros, pues: la elección. Ser libres es elegir: también elegir no ser unos monstruos es algo muy nuestro. Matar, violar, forzar, secuestrar, torturar, exterminar y todos los peyorativos verbos que se les puedan ocurrir, son, han sido y me temo, serán, teorizados e incluso justificados por el único animal que puede hacerlo: el humano.

Fritzl es humano: y ello nos avergüenza. ¡Cómo no! Pero ello no debe hacernos caer del guindo que tan laboriosamente nos hemos fabricado: es humano aunque sea un monstruo. Nos guste o no. No son pocos los “humanos” que en el sureste asiático, en el caribe y en tantos lugares del planeta se dedican al llamado “turismo sexual”: sólo a un ser tan complejo y contradictorio se le ocurriría algo así y, encima, ponerle semejante nombre.

Que el “humanismo” mal entendido no nos haga caer en errores: Hitler dicen que era encantador en las distancias cortas y Pol Pot sonreía simpáticamente a todo el que se le ponía delante. Ello para nada les hacía ser menos hijos de perra.

Lo importante: la elección está en nosotros, ergo nuestro es el problema.

Lo más odioso: todos los nombrados eran, son, humanos. Demasiado humanos.


Imagen: que retrata cuán peligroso -y marcial- puede llegar a ser el humano.