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jueves, 24 de enero de 2008

Soldado y monje.


De nuevo el credo: Tabligh e Jamaa es el nombre ahora para justificar el “rigorismo”. El wahabismo imperante en el mundo islámico, curiosamente, busca lo mismo (y el salafismo): una interpretación literalista de El Libro. Pero es que siempre damos vueltas sobre lo mismo: ¿ha habido, desde el siglo VII, algún intento serio de “acomodar” el Corán a la realidad circundante? Pocos y totalmente reprimidos, desde el mismo momento de su escritura y expansión.

La Ciudad Condal era el nuevo teatro (maldita la gracia) donde escenificar el asesinato a diestro y siniestro, con la excusa de turno, y con la coña final del martirologio. Ya está bien.

El dogma es claro: la Yihad también. Pueden existir –los hay- creyentes musulmanes que piensen que la Yihad es algo interior, espiritual, pero El Libro no deja lugar a dudas: y un “rigorista” no va a pensar diferente por mucho que le hablen de espiritualismo. Si quieren, sospecho, se vuelven la mar de materialistas estos teócratas: envolverse en algodón, pensar en la mejor manera de colocarse la bomba para asegurar su propia muerte, en cómo explosivos y metralla deben situarse para matar más y mejor, etcétera.

Lo preocupante son los nostálgicos de la Guerra Fría, pensando en que es una “religión de los pobres” (¿opio para los pobres?: Marx dixit) como respuesta a “ofensas” interminables. No tienen en cuenta lo que de infieles y politeístas dice El Libro: “Vuestros dioses son un solo Dios. No hay dioses fuera de Él, el Clemente, el Misericordioso” (Azora II: “La vaca”, “Contra los politeístas"); de lo que de la Yihad dice: “¡Oh, los que creéis! ¡Poneos en guardia! Lanzaos contra nuestros enemigos por grupos o en bloque” (Azora V: “La mesa”, “Obligación de acudir a la guerra santa”)

Nada justifica lo que estos miserables intentaban hacer de nuevo. Nada. Buscar retorcidas excusas para sus asesinatos colectivos y suicidios –que bien pudieran hacer lo segundo sin lo primero: ¿o no lo decimos de los ignominiosos seres que matan a sus compañeras y luego se suicidan?-, buscar excusas, decía, en las condiciones sociales en que estos “encantos” nacieron o en sospechosísimas complicidades y guiños de religiosos de otros dogmas, me parecen siniestros por estúpidos. Tampoco tienen en cuenta la máxima, que pretenden literal en la praxis: “¡Oh, los que creéis! No toméis a judíos y cristianos por amigos: los unos son amigos de los otros. Quien de vosotros los tome por amigos, será uno de ellos. Dios no conduce a la gente de los injustos” (Azora V: “La mesa”, “Prohibición a los creyentes a pactar con judíos y cristianos”).

Vuelve el engendro: “mitad monje y mitad soldado”, reciente. Ahora, en el mundo musulmán. Éste es el que debe decidir el cambio: la maltratada Ayaan Hirsi Ali en su “Yo acuso”, no se cansa de repetirlo con pasmante ingenuidad. Se necesita a un Voltaire. Demasiado para ellos: los tenidos por “moderados” en Francia, pidieron no estudiar a tamaño infiel en las escuelas públicas, intentando reventar desde dentro la larga tradición de La République.

Vuelve de nuevo. Soldado y monje en uno.


Imagen: la valiente Ayaan Hirsi Ali. Mujer que conoce bien el mundo musulmán, del que ha ido renegando muy lentamente (a pesar de haber sido mutilada sexualmente de niña, en nombre de dicha religión), hasta reivindicar su condición de no creyente. Un ejemplo a reivindicar, de quien conoce bien ambos mundos: el creyente musulmán y el occidental. Siempre será defendida por quien suscribe. Léanla, por favor.

jueves, 17 de enero de 2008

Odiseo regresando.


A una hora de vuelo de Venezuela (Tirano Banderas de rojizos colores al frente) y a poco más de Colombia: seguimos, en ratos tontos, la cadena de imágenes que se sucedían sobre la liberación de Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo, en las cadenas de ambos países. Y, de nuevo y muy fugaz (pues de vacaciones nos hallábamos) nos recorrió una conocida sensación agridulce: son más los secuestrados por las estalinianas FARC, que los presos que tiene ETA en la actualidad, por ejemplo. Muchos más y en peores condiciones aquéllos, en mitad de la selva colombiana.

Seguíamos, a diferente velocidad (de eso tratan los días de asueto) el devenir del tiempo. Notábamos grano a grano de arena blanquísima en el inflexible reloj que va marcando el tiempo, el inexorable paso del mismo, .

Sin embargo y debido a los acontecimientos personales de los que uno quería quitarse estrés acumulado, las reflexiones al sol caribeño venían a borbotones de la mano de Homero. La diosa Atenea, “la de claras pupilas”, llega a subrayar una de tantas mencionadas reflexiones de manera inmisericorde pero real: “Ni aun los dioses podrían librar de la muerte, que a todos es común, al más caro varón, una vez se apodera de él la Parca funesta y le da una muerte tristísima”.

Tristísima pero segura. La muerte. No hay otro final para nuestra especie. Sólo cuando vemos las “orejas al lobo” en nosotros mismos o entre quienes nos rodean, acabamos por ver materializada tal obviedad.

Pero antes del tétrico final, no por no sabido pero sí por “disimulado” a uno mismo (Freud estudió bastante el tema a través del “Tánatos” o “pulsión de muerte”), nos queda la vida: una parte de ella es la amistad. Aquélla que se rige por afectos y complicidades muy por encima de desavenencias superfluas (las políticas: las más de todas).

Así, el rey Alcinoo, hablando a los feacios, “los buenos remeros”, concluye acertadísimamente:

“Ciertamente podría decirte que no es nunca inferior a un hermano un amigo prudente”.

Queda la amistad. Sigue la vida: en el regreso trepidante.

Imagen: Odiseo (Ulises), el fuerte, inteligente e involuntario protagonista de su aventura. Ni siquiera la diosa Calipso, ni el tonto y forzudo Cíclope hijo de todo un dios como Poseidón, pudieron interrumpir su firme y larguísimo regreso a Ítaca...