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miércoles, 24 de junio de 2009

Verano, largo verano.


Harto ya de imaginar los bellos parques cercanos a mi hogar, mientras los paseo, perdiendo clorofila por doquier verbigracia el trasiego de impresentables, así como la desaparición de su orden y limpieza (no hablemos ya del río que surca esta ciudad con poco de “gloriosa” en sus fiestas), harto ya de ver la maldita destreza de Obama con la mosca cojonera en plena retransmisión televisiva, harto ya de los mosquitos que impiden volar a nuestro presidente desde Togo (“mosquitos fascistas ¡seguro!”, dirá el cejitas); harto ya de tanto inicio de culebrón veraniego político-televisivo. Así me encuentro. ¿Puede haber algo más irritante que las fiestas que se nos avecinan, celebradas con algarabía y regocijo por ateos declarados que conozco teniendo en cuenta que dichos festejos no hacen sino referirse al martirio de un cristiano? Esa repugnante afición de celebrar la sangre del mártir que agoniza... Volverán las hipócritas actitudes de los habitantes de esta pequeña urbe que por arte de magia –repito: magia- se vuelven encantadores y bonachones tolerantes. Volverán los zafios y los estúpidos de fuera. Siempre hay excepciones, obviamente, en ambos casos. Pero la tétrica lista de cifras cantan en cuanto a quienes dan rienda suelta al gran bastardo que llevan dentro en tan “festivos” días: la pobre Nagore Laffage fue la última, con la ignominia que supone una especie de “omertá” en torno al presunto culpable: ésa es la Pamplona que siempre me repugnará. Pero mientras, aunque no se lo crean, el mundo sigue: en Irán mueren por decenas ante un clamoroso tongo y los dirigentes amenazan literalmente con ser “más revolucionarios con quienes protestan” (léase ser más represores con quienes protestan: recuérdese el carácter revolucionario de los nazis, de los fascistas salidos del socialismo, de los falangistas, etcétera. Se impone leer “Diccionario de adioses” de Gabriel Albiac donde el autor hace tan pormenorizado repaso etimológico y epistemológico de la palabra “Revolución”, proveniente de Copérnico y que da su salto a la política). Mientras los programas-basura televisivos se transmutan en algo peor gracias al cambio del nombre oficial y otros siguen igual con total descaro, llega el verano con sus culebrones políticos. Al lado de éstos, prefiero los culebrones de sobremesa y con sabor latinoamericano. Sinceramente. Que Vds. lo pasen bien.


Fotografía: obra de Iñaki Zaldúa en 2004.

¿Quién soy yo?


Y la pregunta no deja de repetirse a lo largo de la historia de la humanidad. De ese bicho tan complejo como cruel que es el humano. Ni, por supuesto, en la vida de quien suscribe. ¿Qué carajo es la vida?: una generación, diría en parte Ortega. Nada más. Pero la constancia de ver cómo una generación que precede a la mía va desapareciendo, mina la moral de cualquiera. La mía al menos. ¿Quieren un bonito dogma para vivir mejor consigo mismos?: lo respeto siempre que no ensucien terreno ajeno. Este blog tiene muros, me da igual si les parece bien.Ya me entienden. Lean, piensen. “El hombre rebelde” de un irreductible Albert Camus, sea tal vez una buena y grata compañía este verano. ¿Yo: qué es eso?: me preguntaba hace poco un familiar que se examinaba de la disciplina maldita por excelencia. La Filosofía, of course. Y lo mejor es que a un pesimista racional como yo, su actitud hizo ilusionarme cual niñato de 18 primaveras. Sería cosa de las dos generaciones que nos separan, digo yo y siguiendo a Ortega. Pero nada más grato que ver la ilusión en alguien que ve la ilusión de uno a través de la transmisión –humilde en mi caso- de conocimientos. ¿Quién soy yo?: alguien que no miente. Sigo escuchando mientras escribo para Vds. a The Kinks su fabulosa canción “I’m not like everybody else” que recientemente apareciera en un capítulo de los Soprano. Quiero un funeral como el del musical Tommy de The Who: con “mano lenta” tocando aunque sea en diferido y en vez de la pelma de Marilyn, una Angelina Jolie que acabará destrozada como todo icono. Las pastillas y el whisky – nuevo cuerpo y sangre del Señor- estarán asegurados para todo el mundo. No soy igual a nadie. Soy, pues, el anti-dogma. Soy yo. Nada más. Todos estamos unidos por un hilo biológico como demostrara el grato descubrimiento de la cadena de ADN. Pesadilla de racistas que nunca leyeron a antropólogos como Marvin Harris. Pobres. Pero nada más, después de la biología: nada más. En mi mismidad: soy yo. El que rodeado de un ambiente festivo y masificado, tiene que trabajar el fin de semana. Yo, hoy, sábado. También soy ese. ¿Y qué? El que no cree ni creerá en ninguna religión mística o política. La sustitución de una por otra fue inteligentemente vista por Nietzsche: recuérdese. El dogma mata el yo. La religión también. La vida te hace forjar ese yo. Yo soy yo y lo demás no. Sólo con quien tenga en tan alta consideración su propia persona sin integrarse en masas uniformadoramente políticas, religiosas, alienantes en todo caso; sólo en ese caso: aquí me tienen. “Ética a Nicómaco” de Aristóteles: otra lectura estival recomendable, para que luego digan. Un elogio de la amistad. Sólo yo puedo buscar a gente con quien disfrutar de ese estoico sueño que es la vida. Sólo a quien se tenga en tan alta estima. Mis amigos. Yo.
Imagen: en un principio había puesto la mía, pero ¿quién mejor que el Diógenes de Sínope de Rafael a quien tanto debo?